Las decisiones pedagógicas son siempre políticas. La pedagogía crítica, con autores como Paulo Freire, Henry Giroux o Peter McLaren, ha evidenciado la sutileza con que el poder se desliza en las definiciones didácticas. En la enseñanza del teatro esto no es distinto, incluso se podría decir que se acrecienta por contar con un espacio público, el escenario, donde plasmar un material creativo. El montaje que se exhiba mostrará una posición con respecto a lo que se narra, a cómo se narra y respecto al grupo que lo hace. Cualquier decisión metodológica en las intervenciones teatrales, tendrá una dimensión pedagógica, vinculada a lo que se quiere trabajar con el grupo, pero también una dimensión ética y política, relacionada con aquello que se decida poner en escena y la forma en que el grupo se apropie del escenario.
Escenario como espacio para ser escuchado
En este sentido, surge una pregunta clave en el trabajo con grupos en situación de marginalidad o exclusión social: ¿cómo llegar al material creativo? Podemos identificar dos grandes tendencias: por un lado, aquellas experiencias que trabajan a partir del testimonio, de las historias de vida de las y los participantes, sin eludir -o incluso buscando- aquellos aspectos que muestran su situación de marginalidad o vulneración. Esto es frecuente en el trabajo teatral con grupos en contextos de encierro, como la cárcel, o en procesos de rehabilitación por consumo de drogas o alcohol, así como con víctimas de violencia machista. En estos casos, la decisión de crear a partir de las vivencias personales busca mostrar públicamente su versión, su voz.
En esos casos, el escenario es ocupado políticamente por el grupo para denunciar una determinada situación de la que han sido víctimas. Las decisiones pedagógicas buscarán entregar al grupo las herramientas necesarias -tanto técnicas como humanas- para hacer oír esa voz. La decisión política apostará por dar a conocer su realidad. Éticamente, mientras el grupo esté consciente de todo lo que implica poner en escena su testimonio de vida, no se presentarán mayores conflictos.
Para que todo ello resulte, sin embargo, no hay que olvidar otra arista fundamental: la estética. Las decisiones que se tomen en relación con la forma de crear, de narrar, de poner en escena, influirán directamente en el contenido político, en el aporte pedagógico y en la dimensión ética. Tal como señala el autor australiano Michael Balfour, es en la estética donde se cruzan todas las dimensiones del Teatro Aplicado.
Escenario como espacio para nuevas experiencias
Otra posibilidad en la elección de material creativo en el Teatro Aplicado se sitúa en el extremo contrario: en el énfasis explícito de no trabajar desde el testimonio de exclusión y vulneración. Esa es la opción que tomamos en Teatro Reparatorio, específicamente en el trabajo con niños, niñas y adolescentes víctimas de explotación sexual comercial. Las razones fueron varias.
La primera es que a las víctimas de esta vulneración les cuesta especialmente hablar de ella. Al tratarse del ejercicio de la violencia sexual sobre el niño, niña o adolescente a cambio de un pago -en dinero, favores, protección- éstos se sienten responsables o al menos participantes del hecho, minimizando su percepción de vulneración. Parte del proceso reparatorio es, precisamente, que se reconozcan como víctimas de un adulto con quien hay un desequilibrio de poder. Hablar de lo sucedido, por tanto, es parte de un proceso complejo, doloroso, que atraviesan en otros espacios de intervención más personales y que pensamos que el teatro no tendría por qué exponer o potenciar.

Un segundo motivo de por qué optamos por no trabajar desde lo testimonial, tiene que ver con un análisis político de la intervención social con adolescencia en Chile. Varios autores, como Valeria Llobet o Ana Vergara del Solar, advierten que la intervención social con jóvenes vulnerados en América Latina tiende a trabajar desde una mirada fundamentalmente clínica, primando el abordaje terapéutico. El recorrido es, básicamente, por territorios vinculados al daño, a la vulneración, desde el presente y desde sus historias de vida. Por ello, consideramos que el teatro, para apoyar la reparación del daño, debe ofrecer un espacio distinto: un espacio de juego, de improvisación, de probar personajes, inventar realidades, crear mundos. El teatro permite ampliar la experiencia. Así, la metodología asume que lo reparatorio del teatro no está en ahondar en el trauma sino en dar espacio a la integralidad creativa de quienes de él participan. Resguardar esos espacios es nuestro compromiso político, ético, estético y es lo que guía nuestras decisiones pedagógicas.
La decisión sobre el material creativo a trabajar cuando se ocupa el teatro para la intervención social es relevante. Se trata de una decisión estética con claras consecuencias en los planos pedagógicos, político y ético. En la intervención con grupos en situación de exclusión, inevitablemente se lidiará con el estigma. Tal como señalaba el sociólogo Erving Goffman, el estigma es un fenómeno totalizante. El grupo estigmatizado por una condición física, social o histórica será juzgado en todas sus dimensiones por esa condición, incluso por parte de quienes pretenden ser de ayuda. El escenario es una oportunidad que puede contribuir a reforzar o a debilitar el estigma. Para ello, pensamos que no hay una fórmula ni una receta clara, solamente la plena conciencia de las distintas aristas de la situación que vive el grupo y, sobre todo, una escucha atenta.