El derecho a la experiencia estética

Una premisa fundamental que impulsó la creación del Teatro Reparatorio y define mi manera de concebir la intervención social, tiene que ver con la relevancia de la estética como componente fundamental en nuestras vidas y el limitado acceso a experiencias estéticas sorprendentes, reconfortantes, fascinantes de quienes viven en situación de exclusión social, fundamentalmente en zonas urbanas. 

Esto me parece evidente en Chile y, en particular en la ciudad donde resido, Santiago, sumamente segregada, en que las personas despliegan su cotidianeidad en su mismo entorno de clase: los barrios son socialmente homogéneos, los colegios, organizados según el barrio, las políticas culturales focalizadas en sectores céntricos y de clases medias o altas. La movilidad entre comunas es escasa, siendo los habitantes de los sectores más pobres los que más se desplazan, generalmente en el marco de una relación de subordinación, es decir, para trabajar. Salir a la naturaleza (sorprendente y deslumbrante en las cercanías de Santiago), a museos, a parques, al teatro o visitar monumentos del patrimonio nacional, implica recursos, pero también un esfuerzo de todo tipo (de organización, de dinero, de energía) que no siempre es fácil activar cuando el día a día es muy demandante y agotador. 

Las políticas públicas no parecen considerar relevante facilitar este acceso o promover las estéticas locales con la fuerza suficiente para contrarrestar lo descuidadas que están las comunas periféricas. Pareciera que impulsar un entorno armónico, estimulante, que promueva experiencias integrales estéticamente creativas no es prioritario. Lo importante para luchar contra la pobreza es aumentar los ingresos. 

Si seguimos esa lógica, efectivamente ni el arte, ni la creación, ni el disfrute estético, entendido como experiencia integral, compleja y desafiante, son fuentes de ingreso constantes y confiables para subsistir. Sin embargo, su importancia no por ello es menor: son elementos fundamentales para alimentar las ganas de vivir. Por eso, más que ver el acceso a las artes como una herramienta que debe esforzarse en demostrar sus efectos positivos sobre la población con la que se interviene, creo que hay que empezar a pensarlo como un derecho: el derecho a la experiencia estética. 

Desde ahí me posiciono para escribir este blog.

Share:

Más Artículos